Para siempre

Para siempre

 

Para siempre es una palabra que me decía mi padre cuando me regalaba algo, también cuando me decía te quiero.

El día de mi boda sentí que se rompía algo por dentro, no comprendí en ese momento que el amor tiene ramificaciones.

El amor como un árbol con ramificaciones es algo que aprendí a los 29 por parte de nuestra matrona de Sant Pau cuando una madre preguntó si iba a querer a su segundo hijo tanto como al primero.

Me pareció una pregunta insulsa y carente de valor, pero la respuesta no lo era para nada en absoluto.

Resolvió la duda que tuve en su momento, ¿podía ser capaz de querer a alguien tanto o más que a mi propio padre? Y supongo que esa duda surgió en mi tras leer una carta de mi hermana, que va 11 años por delante de mi, a mi padre.

Decía algo así…

“Papá, estoy muy bien y mi novio me quiere mucho, pero entre tu y yo, no creo que nunca le quiera tanto como te quiero a ti.”

Recuerdo leer esa carta cuando acababa de empezar con mi novio y fue algo que comprendí perfectamente. Mi novio tuvo claro desde el principio de que tenía un duro competidor, pero había algo que no cuadraba y es que eran muy diferentes y mi amor no cambió, era diferente para uno y para otro.

Lo mismo pasó con mi hermana, su relación con mi padre era diferente que la que yo tenía con él y cuando hablábamos de él parecía que hablásemos de personas diferentes. Es curioso como el amor muta dependiendo con quien estemos.

Eso mismo pasa con los hijos, los amigos y las relaciones personales en general, somos seres plásticos y no robots.

 

Una vez leí que las mujeres por instinto estrechamos lazos con personas que tengan el mismo olor que nuestros padres. Es algo que detecté al instante en mi pareja, olor a madera, a humo y la acidez de las piñas. Un olor amable y acogedor, un olor tierno y hogareño, un olor estable y confortable, el olor del siempre. El olor de que a pesar de los cambios, siempre está ahí. Ese olor paterno, olor a sándalo y a nogal.

Curioso, si, curioso y tremendamente gracioso lo que me dijo mi madre un día cuando volvía mi marido de trajinar con la sierra y las hiedras al pasar al lado de mi madre.

Ella me dijo:

-No huele, ¿no?

-¿Cómo dices?

-Digo que a pesar de estar sudado, no huele, no desprende olor.

-Hombre mamá, claro que huele, no fastidies.

-Si, supongo, pero no es un olor malo que eche para atrás…

-Mmm, es verdad que hay gente que huele mal, pero supongo que es porque no se duchan a diario.

-No, no, no es eso. Tu padre tampoco olía. Lo único bueno que tenía era que no olía.

Ayyy! Me morí de la risa ese día y es que mi madre es un personaje muy peculiar. Pero lo entendí perfectamente cuando me dijo que su padre olía a nogal… Ahí até cabos y le dije…

-Te gustó del papá que oliese como tu padre.

-Tonterías, como mi padre no ha habido ni habrá nadie en este mundo.

Curioso es como luchamos siempre por el control y las viejas costumbres… Solo se puede amar a una persona. Y así viví mucho tiempo hasta que la matrona nos dijo aquel día…

 

“El amor es como un árbol, tiene su tronco y sus raíces, pero las ramas y las hojas son parte del árbol y brotan nuevas ramas y nuevas hojas y nuevas flores y frutos reforzando el tronco y las raíces del árbol. Un árbol que también pierde ramas porque ha venido el leñador o le ha caído un rayo, pero sigue adelante a pesar de las decepciones, de los disgustos.”

 

Al fin todo encajó como un puzzle y yo me olí, embarazada como estaba de nuestro primer hijo me olí y olía a mamá, a mi mamá. Ahora a pesar de la distancia la sigo oliendo en mis ropas, en mis sábanas y a mi padre en el pecho de mi esposo cuando busco consuelo.

Anterior
Anterior

Recuerdos alterados

Siguiente
Siguiente

Pal de paller